Termina el mes y finalmente la solución no llegó. Grecia ingresa en pocas horas en default, al no afrontar un pago de 1.700 millones de dólares al FMI, que vence en la fecha, y luego de postergar, en los primeros días de junio, diversos pagos que precisamente prometió pagar también hoy.
De todas formas, antes de que se decrete oficialmente el default, quedan varias instancias de negociación, y plazos no menores a 60 días. Sin embargo, las úlitmas declaraciones de los funcionarios griegos se radicalizaron, y no se ven soluciones en el corto plazo.
El panorama es tan complejo como incierto. El futuro de Grecia quedó en sus manos, pero también, de alguna forma, el futuro inmediato de la Eurozona. Eso sí, el Gobierno griego peca de inocente si cree que sus acreedores, en su inmensa mayoría bancos europeos y dentro de ellos buena parte de origen alemán, se quedarán de brazos cruzados aceptando perder 250 mil millones de euros.
Los peores efectos de este escenario son, al margen de lo que pueda sucederle a Grecia, dos consecuencias por ahora imprevisibles: una es el futuro del euro, que por el momento no parece acusar recibo de lo que sucede, y se mantiene sin cambios importantes en estas horas respecto a la semana anterior, cuando todo se encaminaba a un acuerdo; la otra, el efecto contagio, con una lista de países que podrían seguir el camino griego, encabezada por España.
La situación española no parece tan comprometida, y así lo muestra las bajísimas tasas de interés que paga por la emisión de deuda; pero el futuro político, con una facción de características similares a las del gobierno griego aparece brumoso, con elecciones previstas para los próximos meses.
Sería injusto, sin embargo, culpar solo al gobierno griego actual de lo que sucede. Desde varios años atrás se podía prever esta situación, luego de que el ex Primer Ministro Papandreou admitiera que las estadísticas oficiales estaban totalmente falsificadas, buscando ofrecer una mejor imagen de Grecia ante los bancos y obtener préstamos.
Europa debió castigar a Grecia entonces, y no ahora, cuando el país heleno extorsiona a sus socios de la forma aviesa y prepotente con que lo hace en estos días, poniendo en peligro no solo a la economía europea, sino a toda la economía global, sin contar las consecuencias en los mercados financieros.
Las próximas horas, probablemente, no ofrezcan variantes. El euro, eso sí, se mostrará volátil y errático, como lo ha hecho el lunes, luego de cubrir con fuerza un gap que dejó en 1,10, tras un cierre por encima de 1,1170 del viernes, y después de llegar a 1,0950 en pocos minutos.
No parece, pues, la mejor alternativa operar con una moneda cuyo futuro de corto plazo no es previsible. Es una situación inédita, dado que no atañe solo a un país, como podría serlo en cualquier otro caso, sino a una comunidad de naciones.
El referendum en Grecia, previsto para el próximo domingo, con el cual se pone en manos de una población empobrecida y furiosa la continuidad del país con el euro como moneda nacional es, tal vez, la nota más destacada y la expresión más acabada de la ineptitud y falta de liderazgo de un gobierno. Pero no extraña tanto si se considera que este tipo de gobiernos solo son posibles en países con estos niveles de crisis, con poblaciones debilitadas.