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Los inversores de Tesla tienen motivos para inquietarse por Twitter

Las potencialidades de la compra de la red social parecen escasas si se comparan con los riesgos para el imperio de Musk

La adicción a las redes sociales es una mala costumbre. Para Elon Musk, la obsesión por Twitter acaba de culminar en un disparatado acuerdo de 44.000 millones de dólares que hasta él mismo ha visto que es demasiado caro. Las distracciones y el perfil cada vez más político del jefe de Tesla amenazan con propagarse también a los accionistas del fabricante de coches eléctricos.

Musk asegura que Twitter podría ayudarle a crear “X, la aplicación para todo”. Un servicio que lo abarca todo, que incluiría desde la mensajería hasta el comercio, como el WeChat de Tencent en China, sería prometedor, tanto por convertir los coches de Tesla en parte de una plataforma de aplicaciones como por crear una experiencia unificada de transporte de pasajeros por carretera, siempre que los objetivos de Tesla para los taxis robotizados acaben por dar fruto.

Sin embargo, estas ambiciones parecen por el momento extremadamente especulativas. Uber Technologies y Lyft ya lo intentaron antes, pero lo dejaron. Tesla genera muchos más ingresos que las empresas de transporte de pasajeros y es rentable; de hecho, mucho más rentable que sus competidores. Además, su crecimiento es más rápido. Aquí y ahora, Twitter parece una aventura de riesgo para quienes respaldan a Tesla. La previsible necesidad de Musk de vender acciones de Tesla, que son su principal fuente de riqueza, ha ensombrecido las perspectivas; la empresa ha perdido en torno a un tercio de su valor de mercado desde que se desveló el acuerdo con Twitter en abril, frente al 15% de caída del índice Nasdaq Composite. Musk también heredará el desafío al que se enfrentó el ex consejero delegado de Twitter, Jack Dorsey: cómo gestionar simultáneamente varios negocios de relevancia cultural y económica, entre ellos el fabricante de cohetes SpaceX. Dorsey lo pasó tan mal tratando de cuadrar el círculo que el exigente fondo de cobertura Elliott Management trató de echarlo.

Peor aún, los negocios de Musk le ponen en el disparadero de maneras interconectadas. Por ejemplo, el ex presidente ruso Dmitry Medvedev, que ahora es cliente del microblogueo de Musk, tuiteó su enhorabuena por el acuerdo, pero añadía que el nuevo propietario de Twitter debería “abandonar” el apoyo que presta a Ucrania por medio del servicio de satélites Starlink de SpaceX.

Las decisiones de Musk en Twitter tendrán repercusión en todo su imperio. Por ejemplo, cualquier maniobra que debilite las protecciones contra la desinformación, como los planes de convertir la verificación de cuentas en una mejora de pago, corre el riesgo de enemistar a los políticos. Los accionistas de Tesla ven cómo se desarrolla todo esto y resultaría comprensible que les preocuparan las investigaciones del Gobierno sobre los accidentes de conducción autónoma o los encontronazos de Musk con los reguladores de valores.

Lo mismo cabe decir de las decisiones sobre cómo tratar las cuentas de Twitter afiliadas al Estado chino. La controvertida adquisición en 2016 del instalador de paneles solares SolarCity por parte de Tesla incluso justifica cierto grado de temor ante un acuerdo con Twitter.

A los accionistas de Tesla se les puede perdonar que tiendan a ponerse en lo peor.

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